martes, 31 de agosto de 2010

el jardín de los amantes

Breves textos producidos
a partir de algunas imágenes fuerzas en torno a un jardín.


A veces tantas flores nos abruman.
A veces los colores son demasiado radiantes y las formas muy complejas.
A veces necesitamos sólo un jardín vacío.

Que nada se cruce con nuestros ojos. Ninguna flor que nos de en qué pensar.
A veces sólo queremos una llanura de pasto opaco y simple. O un jardín tenue. Tranquilidad.
Es que a veces, y sólo algunas veces, queremos un descanso de mirar y de pensar en los colores y en los olores.
Un jardín vacío sin árboles que llamen la atención.
Un jardín vacío, donde el brillo del sol no nos arda sobre los ojos.
Un lugar, una especie de refugio pasajero, donde podamos respirar.
Tomar un poco de aire, para luego regresar y disfrutar la inminente primavera.

Clara Mc Carthy (18 años)



La tristeza, la amargura y la decepción que le daba, que esa pequeña parcela era lo único que le pertenecía. El único espacio donde ella volcaba su actividad artística e intelectual, el lugar donde todavía no había llegado la privación que sufrían todas las mujeres, convencionales de aquellos años. La vida de esta mujer se baso en el compromiso. El cuidado de la casa y la crianza de sus hijos .De pequeña esa vida era lo máximo que podía aspirar, pero jamás significó felicidad. Lo peor es que nuca tubo la valentía para transgredir la realidad a la que estaba destinada. Siempre de perfil bajo y aceptando con respeto las decisiones de los otros sobre su vida, convenciéndose de que era lo correcto.
Ahora ya de vieja se da cuenta que por culpa de su cobardía se había perdido de vivir . Veía a su hija estudiando, trabajando y viviendo sola y se alegraba pero le daba mucha envidia.
Al final lo único que sentía suyo era el jardín , su refugio perdido contra la represión de la sociedad machita que había sido su cuna.

Uriel Gómez (16 años)


Jardines

…“El jardín era su lugar en el mundo”
Fin

Mateo cerró el libraco desvencijado. Bajó del hueco de su ventana, guardó el libro bajo la almohada y corrió cuesta abajo por la escalera del edificio.
Su casa no tenía jardín como el de ese libraco querido. Vivía en uno de esos bloques de edificios con un patio compartido. Siempre, siempre había gente. Nunca se podía estar solo, como lo estaba esa niña de su libro perdido.
Perdido y encontrado, porque el libro había caido en sus manos de forma singular. Había quedado tirado debajo de un banco. Y abajo del libraco había un mundo: de plantitas, de hormiguitas y de bichitos bolita.
Había leido por primera vez el libro en el hueco de su ventana, lo había leído una noche estrellada y había viajado al jardín donde había una chica, un huequito en una esquina y un mundillo de hormigas, bichitos bolita, hojitas.
Ella, que en la historia se llamaba Lucía, vivía en una casa ni linda ni fea, ni grande ni chica, ni nueva ni vieja. Pero tenía un jardín. Ni verde ni seco, ni de plantas raquíticas ni de plantas opulentas, pero un jardín al fin. Más de lo que Mateo podía decir.
Mateo leyó que ella había armado una casita con fósforos viejos para sus amigos bichitos en un rincón del jardín. Mateo corrió y sacó de su casa los fósforos, las chapitas, las tapitas, las bolitas e hizo un palacio debajo del banco en donde los bichos andaban paseando.
Quería contarle a Lucía todo lo que había hecho ese día. Así que volvió a subir y con un lapiz, suavecito suavecito (para no marcar el libro) le contó de su jardincito debajo del banco, del palacio, de las plantitas y de los bichitos bolita.
Y volvió a guardar el libro bajo la almohada, se acostó y se escondió bajo las sábanas.
A la mañana siguiente el sol se filtra por la ventana. Una niña se levanta de la cama y saca un libraco de debajo de la almohada.
Corre hacia fuera y llega al rincón de su jardín donde la espera su mundo sin fin. Y abre el libro donde la aguarda su amigo escondido.
Un amigo que no tiene jardín, sino un patio compartido en el que debajo de un banco se esconde un castillo.

Pilar García Bossio (19 años)

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